Me gusta escribir la newsletter en la libreta y no siempre lo hago. Es algo que no vais a poder apreciar porque Substack limita el formato y se empeña en presentaros el texto de la forma más clara posible.
Nunca vais a no entender mi letra ilegible. Ni siquiera yo, mientras estoy transcribiendo, estoy muy seguro de que esto sea lo que haya escrito originalmente.
***
Este verano estamos rascando vacaciones como si fuera la chusta del último cigarro que te queda en el paquete antes de subir a un vuelo de doce horas.
Son vacaciones a retales, y las primeras que hacemos con un niño que es consciente de que está viajando. Léase “viajando” como “llegar a 100 km de casa sin incidentes” (mareos y vómitos). Estábamos teniendo buenos resultados hasta que decidimos probar esa cosa de pasar unos días en una casa rural, a pesar de un factor importante. No nos gusta el campo.
Mientras nos acercábamos al noroeste de la Región de Murcia y veía los campos de regadío ilegales, daba gracias de no haber nacido en una época en la que tuviera que cultivar comida para sobrevivir.
Un día se me ocurrió la idea de plantar tomates cherry en el patio y no paré de sufrir las burlas de un poto mustio que tenemos. La última planta con vida que nos queda. Que nos quedaba.
Ir al campo es un juego de rol que no me gusta. Porque aparentar que vives en el siglo XIX siendo del siglo XXI me parece de un clasismo excesivo e innecesario. Un insulto para la memoria de nuestros antepasados, que tuvieron que vivir esos duros tiempos en los que conseguir comida significaba arriesgarte a perder un brazo. Ahora lo tenemos mucho más fácil, ir al Mercadona solo te cuesta un riñón.
Usar el campo para ir a “desconectar” suena igual de idiota que si la gente, en el futuro, alquilara una oficina, se llevara tuppers de ensalada cesar y estuviera diecisiete horas haciendo excels.
- Buah, trongco. Estas vacaciones he estado de offi con los colegas y menudos gráficos me he sacado. Hicimos hasta team building, brainstorming y aumentamos la productividad un 200%. Ahora estamos reventados. Es que, te vas un día a descansar y vuelves necesitando unas vacaciones de las vacaciones.
Para las próximas, dentro de cinco años, me voy a pasear por la montaña como mis abuelos, en patinete eléctrico.
Durante el camino notaba que algo no iba bien, porque ya sospechábamos lo que nos íbamos a encontrar y sabíamos que no iba a gustar. ¿Por qué fuimos? Porque somos idiotas. Puede que sintiéramos que era algo que teníamos que hacer, una experiencia que Raúl recordaría; “esa vez que mis padres me llevaron a pillar el tétanos al campo”.
Cuanto más cerca estábamos, más me recordaba al paisaje de “Las colinas tienen ojos” (2006), la primera película que me enseñó que las historias de terror también pueden ocurrir de día. Así empieza nuestra aventura, en los desiertos de Nuevo México (Moratalla).
ADVERTENCIA: Los sucesos relatados a continuación son puramente subjetivos, filtrados a través del sesgo paranoico-urbanita de un servidor.
PARTE 1: LA CASA
Llegamos al complejo rural sobre las 12:00 PM, la hora a la que en agosto las sombras se van a comer. Al bajar del coche nos rodearon un centenar de avispas, al menos esas conté en un primer vistazo, y alguna mosca despistada haciendo intrusismo laboral.
Creo que hace poco, en esta misma newsletter, dije que el ser vivo que más miedo me da es la avispa.
Mi reacción natural habría sido; subir al coche, quitar el freno de mano, abrir el depósito, echar una cerilla, dejarlo caer hasta la primera casa y salir corriendo a todo lo que dieran mis piernas mientras ese enjambre gigante ardía. Observar el fuego en la distancia sabiendo que, a unos pocos kilómetros de allí, en el pueblo, nadie sospechaba lo cerca que habían estado de su completo exterminio y que un héroe anónimo los había salvado.
Pero ahora no puedo hace eso delante de Raúl, es mi deber no entrar en pánico. No tiene nada que ver con la valentía, es que si me dejo llevar por el miedo él se asustará. Y me parecería de lo más lógico. Es peligroso.
Así que me acerqué de la forma más normal que pude y le dije:
- ¡Bajadelcocherápidonomiresatrasynohagaspreguntas!
Fui corriendo, cargado con la maleta, una nevera y un niño a la espalda hasta la puerta de la casa, esquivando avispas con la misma habilidad que he esquivado el éxito toda mi vida.
He de reconocer que la casa superó mis expectativas. Mariló necesitaba Internet para trabajar por las mañanas y había una losa concreta que tenía Wifi. Lo que supuso una mejora considerable, ya que era el doble de espacio que tiene en su despacho.
La cocina era un auténtico misterio, en lugar de la placa había unos hierros sin botones que…
¡Bah! No engaño a nadie, no soy tan joven. La cocina era de gas (y sabía utilizarla perfectamente), pero no había nada para encenderla. Ni mechero, ni cerillas. Y no seré joven, pero tampoco lo suficientemente viejo para hacer fuego con piedras.
Confieso que estábamos empezando a echar de menos algunas comodidades propias de la ciudad y de gente acomodada, como comer. Aunque eran meras exquisiteces, porque con el calor que hacía podríamos haber cocido los macarrones en el congelador. Pero uno está acostumbrado a lo que está acostumbrado.
PARTE 2: LOS HABITANTES
Tratamos de contactar con el encargado del sitio, pero no había cobertura. Recorrí toda la finca buscando señal o el puesto de telégrafos más cercano. Fue inútil y volví a la casa después de probar una última llamada cargada de improperios entrecortados:
- ¡¿Quié- coño ersfjhgs@#...ssss?!
- ¿Hola? ¿Me oye?
- ¡¿Pero q---## mierdddds quieres?!
- Verá, estamos teniendo prob…
- Vaya un gilipollas que me llama sin cobertura. [Pipipipipi…]
- Eso si lo he oído…
De camino me crucé con dos trabajadores bajando de una camioneta y me acerqué a preguntarles si sabían cuándo llegaba el amable señor con el que no había podido hablar por teléfono.
- El jefe no vuelve hasta la tarde.
- ¿No hay alguna forma de que contactéis con él?
Mientras uno se echaba a la espalda un pico, una pala, y el cadáver de un jabalí, el otro me sonrió y dijo:
- No.
Entre su sonrisa pude ver una prótesis dorada que solo podía significar dos cosas, o era un empleado de algún tipo de señor de la guerra o era el cómico Danny Boy-Rivera. En ambos casos existe peligro.
Como iban vestidos, descarté que fuera Danny Boy y no hice más preguntas, seguí mi camino empezando a sospechar que quizás estábamos en el sitio equivocado para unas agradables vacaciones familiares.
Antes de llegar a la casa había un bar abandonado. [A estas alturas ya estaréis diciendo “¡AMIGA DATE CUENTA!”, pero no seáis desconfiados Marina D’Or también está desierta y se siguen anunciando en la tele.] Dentro había un señor con un ordenador portátil de los años ochenta. Mirando sin parpadear a la pantalla negra, como si no tuviera sistema operativo. Ni el tipo ni el portátil.
- Perdone, ¿no conocerá usted al dueño por casualidad?
Se giró mostrándome unos rasgos de tipo borbónico. Mucha barbilla y un ojo más alto que otro, denotando que habían cruzado su estirpe más de lo permitido, un nivel 900 en la escala endogamier. Sus apellidos estaban compuestos de apellidos compuestos.
- ¡Yo no soy de aquí! -gritó mirando al infinito.
Se volvió hacia la pantalla y siguió como si nada.
Frente al bar estaba la piscina, donde se bañaban las dos únicas huéspedes de toda la finca. Una señora y su hija de unos trece años. Volví corriendo a casa rezando porque Sam Raimi saliera de una esquina diciendo:
- ¡CORTEN! ¡Toma buena! ¡Ahora vamos a rodar cuando asesinan a la madre y a la hija!
PARTE 3: LA PISCINA
Al igual que El club de la lucha, la piscina solo tenía una regla: Cerrar la puerta con llave. Y eso hicieron la señora y su hija mientras se despedían de nosotros.
A los cinco minutos de estar allí dentro, el enjambre de avispas decidió que era hora de almorzar carne humana. Por suerte, como son estúpidas a la par que maléficas, todas caían al agua y morían entre terribles sufrimientos.
Queríamos salir de allí cuanto antes, recogimos nuestras cosas y fuimos hacia la puerta, pero la llave no abría. Rodeados de avispas, mojados y atrapados. He visto suficientes películas como para saber lo que estaba pasando allí.
Era una invasión de avispas alienígenas. Bajo el terreno había cuevas repletas de enjambres que se alimentaban de los visitantes al complejo rural. Los obreros eran especímenes ya evolucionados que se habían disfrazado con la piel de sus víctimas. Y el jefe… bueno, el jefe…
¡Pero a mi no me iban a pillar! Salté la valla como pude, porque tenía pinchos, [me avergüenza no haberme percatado antes] y fui a avisar a las otras dos huéspedes para ver si su llave podía abrir la puerta y rescatar a mi familia.
Sorpresa, sorpresa. No funcionó.
Cada vez estaba más claro, si nos quedábamos yo sería el primero en morir según el canon del género slasher. Hice un puente con unas sillas que encontré y saqué a Mariló y a Raúl de aquel infierno. Las avispas nos perseguían hasta la casa. Les dije a la mujer que nosotros nos íbamos y que deberían hacer lo mismo si querían vivir. Ella me contestó con una sonrisa mientras una avispa le recorría la cara:
- Pero si aún os queda por ver la granja, seguro que el niño se lo pasa muy bien.
- ¡Papá! Yo quiero ver los animales. -dijo Raúl.
Maldición, estaban en el ajo. Intentaban convencer al más débil.
En la puerta de casa, dos pavos reales daban vueltas, como si estuvieran vigilando. Habían enviado refuerzos.
- Daos prisa. -les susurré mientras salíamos por la puerta de atrás.
Subimos al coche e hicimos lo que nunca hacen en las películas de miedo. Salir de ahí a tiempo.
EPÍLOGO
Podríamos haber pasado allí el fin de semana y quedarnos con la peor experiencia de nuestras vidas. Pero existía otra opción. No hacerlo.
Tiempo atrás me habría conformado y habría dicho; es lo que hay. Por suerte ya no hago eso eso, porque a veces las cosas se pueden dejar si no es lo que esperabas, si no son de tu agrado. Y creo que para tener pánico a las avispas mucho aguanté.
Mientras nos alejábamos de allí, noté como el mal rollo desaparecía. Éramos de nuevo felices, buscando aventuras y cosas que hacer en unas vacaciones que ahora se habían quedado libres. Era un mundo nuevo de posibilidades.
Mientras la familia se alejaba por las baldías tierras de Moratalla, algo saló del tubo de escape, trepó por el lateral coche y se abalanzó a través de la ventanilla abierta del conductor.
Bzzzzzzz
Bzzzzzzz
Bzzzzzzz
Viviste para contarlo, ahora tendrás que hacer una película de todo eso y hacerte rico y famoso gracias, paradójicamente, a una pequeña desgracia.
Disney ya ha comprado los derechos, me han dado un bote de alubias mágicas y no mencionarme en los créditos. Soy un genio de los negocios.