Cuando empecé a jugar a esta fantasía de ser “cómico” no pensé demasiado en el estilo que quería tener, porque estaba claro que lo mío era el patetismo. Sería mucho más fácil hacer chistes sobre mi propia torpeza y mi mala suerte que hacerlos de mordaces visiones del panorama actual. Desde luego, no impresionaría a nadie con mi pésima puesta en escena de personajes sobre actuados, así que decidí sobreactuarme a mí mismo.
En un mes y once días hará dos años que me subí por primera vez a un escenario. Echando la vista atrás me hago una pregunta muy corporativa, alejada de la parte artística que tanto amo del mundo de la risa.
Imaginaos una sala de interrogatorios; sin ventanas, paredes grises y una mesa metálica rectangular que ocupa casi toda la estancia.
En un extremo estoy yo, vestido con mi peor pijama; una camiseta roja estirajá*, con el logo de The Flash descolorido y corta de mangas. Pantalones grises dos tallas más grandes, porque son de otro pijama, uno de Superman, con agujeros en ambos bolsillos y en la entrepierna.
Al otro lado de la mesa estoy yo, con un traje y una corbata que me quedan naturalmente mal, no hay sastre en el mundo capaz de confeccionar un traje que me quede bien. Estoy serio, organizando papeles y… ¡peinado!
Hasta aquí, la típica entrevista de trabajo.
Pepe el Serio le pregunta al Pepe de domingo:
- Después de todo este tiempo, ¿qué crees que es lo que te distingue del resto de cómicos?
El Pepe de domingo responde, después de pensarlo un segundo:
- Que yo no tengo un podcast.
***
“Cómico” es un sustantivo que cada vez me gusta menos, al igual que no me gusta “monologuista”, porque creo que se están convirtiendo, poco a poco, en sinónimos. Prefiero humorista. Me parece más elegante, hasta que algún día deje de parecérmelo, pero por ahora, yo me quedaría con ese.
Identificarte como monologuista o cómico implica que necesitas buscar la carcajada todo el rato, si no eres desternillante o arrancas aplausos cada minuto has perdido.
El aplauso, la nueva risa.
Se que suena amargado, y algún cómico podría alegar que lo digo porque yo no he conseguido hacer reír a nadie. Como un cocainómano en pleno mono cogiéndome de la pechera y gritándome con los ojos inyectados en sangre:
- ¡ES QUÉ TÚ NO LO ENTIENDES PORQUE NO LO HAS PROBADO!
Bueno, puede que eso no. Pero, contra todo pronóstico, sí he conseguido hacer reír a gente. ¡A gente desconocida! Lo que le da más mérito a alguien como yo, con muy pocas habilidades sociales.
Creo que el humorista busca algo más allá de esa liberación de la tensión del chiste que es la risa. El humorista busca ser escuchado (o leído) y captar la atención. Que en tu cabeza pueda resonar un: “Hostia puta, que gracioso”. Ser capaz de romper un punto de vista por otro diferente tan absurdo, retorcido y a veces tan ingenioso que no puedes dejar de sonreír. ¿El humorista quiere carcajada? Si. Pero no se ciñe a ella y no trata de hacer reír cueste lo que cueste, usando cualquier medio.
El humorista tiene que ser fiel a su humor, a su texto o a sus viñetas. A veces no se trata de hacer reír tanto como de incomodar, de dejar en pelotas las férreas creencias a los que muchos y muchas se agarran.
El humor también es ese titular de cinco palabras de El Mundo Today de hace una semana:
También lo es Marc Maron hablando sobre la pérdida y la muerte:
[Si veis el especial (el video de Youtube es un tráiler y está trucado al final), después de eso, hay risas, algunas incómodas, y un tímido aplauso que tarda en arrancar, pero el humorista siente que ese chiste inoportuno le ayudó a lidiar con algo que pensaba que tardaría más en superar.]
El humor también son las personas hablando sobre humor, como Daniel Guillen aka @Manuel_de_BCN ** que todos los miércoles nos deleita con un nuevo #MakeEmLaugh en su Twitter y con su libro “Hazme reír”. Libro que recomendaré siempre junto al de Jaime Rubio Hancock, “El gran libro del humor español”, para aquellas personas que quieran asomarse a la ventana de la historia de la comedia.


***
Algunos, algunas o algunes os estaréis preguntando porqué, después de dos semanas sin publicar la newsletter, aparezco aquí con esta turra metahumorística y todavía no he contado cómo me fue por Madrid.
Bueno, ya sabéis que ha habido movidas de por medio, la catástrofe en Valencia está siendo increíblemente dura a tantos niveles que siento que es injusto escribir sobre cualquier otra cosa, y más en un momento de sobresaturación de voces y desinformación. Hay cosas más importantes que el ego de un tipo (yo) que se fue a la capital a hacer unos chistes.
[Ejem, ¡Mazón dimisión!, ejem]
El viaje fue una suerte de masterclass intensiva de cinco días en la que conocí un montón de gente, aprendí un montón y me divertí muchísimo. [¿Veis? ¿Cómo iba a escribir esto la semana pasada?] Y también aprendí [y cada día que pasa aprendo más] que, a pesar de ese proceso artístico que tanto me gusta del humor, no hay forma de desvincularlo del capitalismo y de tener que enfrentarte a tu doppelganger trajeado que te pregunta cómo vas a hacer para ganar dinero con esto.
Y yo, a las cuatro de la tarde, todavía con mi pijama mugriento, y sin pensamientos de quitármelo, le respondo:
- Centrarme en la oposición y no preocuparme por capitalizar la risa. Ya no quiero ser cómico, quiero ser humorista***.

Sayonara babys.
*Dada de sí, de un ancho antinatural. Cedido de forma artificial a base de ponerla en las rodillas porque cuando lo estrené se me pegaba demasiado a la barriga.
**Os dejo aquí un enlace a su newsletter.
***Tampoco quiero ser idiota ni desvirtuar la labor del humorista. No preocuparme no quiere decir que no quiera cobrar por mi trabajo. Siempre se debería cobrar por cualquier trabajo que se realice, pero no me jodáis, este final queda super bonito y populista.